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Jesús Ramón Ibarra: la persistencia en la poesía


21/03/2017

Lo llaman el Poeta, pero no siempre le gusta que lo nombren así. A Jesús Ramón Ibarra el mote le resulta agradable sólo cuando se lo dice alguien cercano a él o a su poesía. Sin embargo, resulta difícil no referirse a él así. Ha sido uno de los personajes que ha resistido los embates de las letras en una ciudad violenta, pero la cual le sirve mucho como fuente de inspiración. Desde esta sede ha ganado los premios más importantes que se otorgan en el país: el Clemencia Isaura, San Román, Gilberto Owen y el Aguascalientes, con los libros Barcos para armar, Amigo de las islas, El arte de la pausa, Crónicas del Minton’s Playhouse, Heroicas y Teoría de las pérdidas. Culiacán ha sido su centro creativo y su espacio para compartir la poesía. Hace 20 años inició un taller por el que muchos escritores han pasado. Mientras la ciudad cambia, él sigue ahí. De cómo surge el Poeta El primer acercamiento que tuvo con la escritura fue un cuento que al presentárselo al maestro Ricardo Hernández, este le encontró rasgos poéticos. Él sabía de qué se hablaba. Había leído a los clásicos y le llamaban la atención las posibilidades del lenguaje de la poesía. También el carácter que tenían los poetas frente al mundo de la bohemia exasperada y ese grado de malditez. El Poeta empezó a marcar su camino, practicando una y otra vez. Desde que estaba en su etapa veinteañera se vinculó al grupo de poesía Trópico de Cáncer que coordinaba José Santos Torres Delgadillo. Se vivía entonces ese proceso transitorio entre tecnología, y se decía que si los escritores se iban a radicar a la Ciudad de México, no podrían desarrollarse. “He persistido en la poesía porque tuve esa suerte de encontrar las personas, lectores e influencias adecuadas, aunque claro que uno colabora con el propio trabajo. Decir que si no te ibas, no harías nada, quedó sólo en una anécdota”, señala. “A lo largo de los años he vivido circunstancias: los premios, los amigos, los libros. No soy muy prolífico, escribo muy lento, no soy dado a los grandes proyectos, pero al mismo tiempo sigo enseñando, escribiendo y trabajando en la promoción cultural”. El mundo del Poeta En el mundo del Poeta convivió por algún tiempo la idea de creerse “maldito”, pero con el tiempo fue descubriendo que su vida era enteramente doméstica. “Sabes que tienes que lavar y planchar ropa, labores que te gustan y te hacen sentir bien. Antes me sentía cubierto por un halo de luz, pero luego descubrí que era demasiado absurdo, porque nadie vive de la poesía y tiene que adaptarse a una vida normal, a un territorio laboral”. “Sigue existiendo en la sociedad —no sé si sólo en la mexicana— esa visión equívoca del poeta: de que no sirve para maldita sea la cosa, pero yo he ido descubriendo lo contrarío”. En ese descubrir lo contrario, la poesía le ha permitido vincularse con escenarios en donde el lenguaje tiene una dimensión más plástica, un carácter más digno, así como encontrarse con lecturas estimulantes, asociarse con una cantidad de amigos que nunca pensó tener y evocar en buena medida a algunos de sus maestros. “Realmente no he vivido de la poesía, sino de la literatura, que me ha dado para comer. Los premios literarios ganados has sido transitorios, de fama y gloria que termina en el justo momento en el que alguien gana el siguiente certamen”, aseguró. Barcos para armar El año pasado el Poeta no quiso quedar a deber más: reunió su poesía en la breve antología Barcos para armar, publicada por Editorial UAS y Atrasalante poesía. Ahí está todo lo que él es: el de la poesía que se mueve a ritmo de jazz y el de los cafés de esta ciudad donde ha escrito muchos de sus poemas.




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