Hay en Rosa María Peraza una constante: la de perseguir el instante perdido, un asistir al silencio, al lugar donde la ausencia adquiere la significación de todas las cosas. Sin embargo, nunca abandona la realidad de ser su inevitable y reflexivo presente.
En sus versos habitan también el ingenio y la ironía, esa capacidad de verse y no tomarse en serio, ese algo triste que sonríe. El lector no precisa más que el haber creído que el viento son unos pasos o, visto en la claridad, el cuerpo palpable de una sombra para reconocerse, cruzar ese puente entre el aquí y el ojalá de sus palabras.