Si la vida se despoja de lo que vive para realizar su palimpsesto estacional, escribir es entonces el desvanecimiento de la escritura y la inmensidad es el vuelo trazado por la mente que finge serlo en el tiempo disfrazado de río para nuestro corazón, ese lugar vacío de coordenadas, «donde solo se ve lo que es oscuro» y en el que miramos a un dios «caer como ceniza en la ceniza de la noche».
Ante la dislocada comunicación entre lo terrenal y lo divino, Viejos comiendo sopa es la poesía que camina sobre el fuego en medio de un acto de fe o un gesto de sobrevivencia. Desde su andar, Javier Acosta nos entrega su voz encendida como un paisaje que habita el ojo de la aguja; un desfiladero iluminado por la pasión de pensar en el alma y sus imposibles soportes.